Amparo Romero Vásquez y Rodrigo Escobar Holguín, la noche del evento, Mayo 25, 2.006.
Harold Kremer, Orlando Lopez Valencia y Horacio Benavides, en la mesa principal, la noche del evento. Foto: MIC de NTC ... http://ntcblog.blogspot.com/ Para ampliarla clic sobre la foto.
FUNDACION DE POETAS VALLECAUCANOS
BITACORA NO. 1
Cali, Mayo 25, 2.006
CONTENIDO
EVENTO No. 48: BENAVIDES y LÓPEZ
1.- Introducción
2.- Presentación general. Por la poeta Amparo Romero Vásquez
3.- Presentación del poeta Horacio Benavides. Texto autobiográfico
4.- Horacio Benavides, lee algunos de sus poemas.
5.- Presentación del narrador y poeta Orlando López Valencia por Harold Kremer**
6.- Orlando López, lee algunos de sus cuentos: "Doris" y "Lecciones bíblicas"
7.- Conversatorio
8.- Complementaciones
9.- Próximo evento: Junio 27, 2.006. Javier Tafur y Rodrigo Escobar Holguín.
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1. Introducción
Dentro de la realización de eventos mensuales que la Fundación de Poetas Vallecaucanos viene realizando desde hace varios años, está vez organizó, el jueves 25 de mayo de 6 a 8 p.m., el lanzamiento de los libros: Todo lugar para el desencuentro, del poeta Horacio Benavides, premio nacional de Poesía "Eduardo Cote Lamus", Santander del Norte 2005, y el libro Cuentos al óleo del escritor Orlando López Valencia, premio nacional de Cuento "Jorge Gaitán Durán" Santander del Norte 2005. El acto tuvo lugar en el Centro Cultural Comfandi (calle 8 No.6-23 piso 3, Cali, Colombia). Entrada libre. Invitó la poeta Amparo Romero Vásquez, Presidenta Fundación de Poetas Vallecaucanos.
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3.- Presentación del poeta Horacio Benavides
Horacio Benavides nació en Bolívar, Cauca, en 1949. Cursó estudios de pintura en el Instituto Departamental de Bellas Artes en Cali. Ha sido profesor y coordinador de talleres de literatura. Actualmente dirige el Taller de Literatura con niños Viento Sur, coedita la revista de Poesía Deriva y coordina la Ruta de la Literatura, un proyecto de talleres de Literatura de la Gerencia Cultural y la Secretaría de Educación del Valle. Ha publicado, entre otros, los libros de poemas: Orígenes, 1979; Las cosas perdidas, 1986; Agua de la Orilla, 1989; Sombra de Agua (1994) y Sin razón florecer (2002). Sus poemas han sido incluidos, entre otras, en las siguientes antologías: Tambor en la sombra, Poesía colombiana del siglo XX, México, Editorial Verdehalago; Para conocernos mejor, Poetas colombianos y brasileros, Editorial Universidad de Antioquia y Universidad Estadual de Sao Paulo; Antología de la Poesía Colombiana. Colcultura y Ancora Editores. (Fuente festivaldepoesiademedellin.org )
4.- Horacio Benavides lee algunos de sus poemas
Bagdad a oscuras
Cuando de la herida del niño
Cuando de la herida del niño
empezó a brotar
la dulce agua del sueño
y la anciana
y la anciana
hubo apagado
con sus dedos la última llama
y los perros sin dueño
y los perros sin dueño
se entregaron a su suerte
en el abandono
en el abandono
de la ciudad en ruinas
se escuchó de nuevo
la antiquísima voz de la sangre
He llegado a saber
He llegado a saber
oh rey afortunado...
Ricardo Reis ha vuelto a Lisboa
He vuelto a la orilla del río
He vuelto a la orilla del río
y te he visto salir Lidia
del pasado que no regresa
Te has sentado junto a mí
Te has sentado junto a mí
plena de palabras no dichas
pagana y sosegadamente triste
con la fragancia de las rosas
en la memoria de las manos
En este crepúsculo
En este crepúsculo
oro mate y azul
en que la noche va entrando
como una nave oscura
en el puerto
Donde estuvo el sueño
Has vuelto
Tu boca ha madurado
en el hilo invisible
del verano
Dunas barridas por el viento
Dunas barridas por el viento
y el deseo de posar los labios
en los pliegues de la arena
Aroma de flores
Aroma de flores
no vistas
Acaricio tus mano
Acaricio tus mano
se igual que entonces
me inclino al vacío
.................................. Del libro, que en este evento se presenta, "Todo lugar para el desencuentro" Premio 2.005 Eduardo Cote Lamus. Primera edición Febrero 2.006
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5.- Presentación del narrador y poeta Orlando López Valencia. Por Harold Kremer**
"Cuentos al Óleo" de Orlando López Valencia, libro en el que el autor hace una muestra de la cotidianidad elemental del amor a través de diversas situaciones emotivas, que fue ganador del VIII Concurso Nacional de cuento Jorge Gaitán Durán, en la versión 2005. (Tomado de: http://www.ciudadocana.com/secciones.php?seccion=art_noti&id=881)
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6.- Orlando López lee algunos de los cuentos de su el libro "Cuentos al óleo", premio nacional de Cuento "Jorge Gaitán Durán" Santander del Norte 2005. Deriva Ediciones, Cali. Segunda edición, Mayo 2.006.
DORIS
La primera vez que Doris me abandonó fue por un surfista venezolano que olía a aceite de coco. Desde que lo vio quedó prendada de su color dorado y su acento costeño. Hablaba de sus faenas sobre las enormes olas y del peligro que representaba la siempre incierta presencia de los tiburones. Una semana después de conocerlo, me dijo:
-No puedo más con esto que siento, quiero estar con él.
Fue un golpe duro para mí, pero si su abandono obedecía a mi ignorancia sobre los deportes náuticos todavía tenía tiempo de enmendar. Tomé cursos de buceo y de surfing y llegué a destacarme en los escasos torneos que se realizaban en el país. Cuando Doris satisfizo su curiosidad volvió a mí y me encontró más atractivo: había mejorado mi condición física. No hubo reproches, volvimos a ser pareja. Un año más tarde apareció un sastre que la dejó sin aliento.
-Qué hermoso es -decía-, si lo vieras cómo traza los trajes sobre su enorme mesa de madera y ese aroma a paño lenci que me recuerda a mi padre. Lo siento pero no puedo perder esta oportunidad, tengo que vivirlo.
Lo lamenté mucho pero no me dejé abatir, si el asunto era la alta costura, en mí tendría su mejor exponente. Me matriculé en la academia de diseño y patronaje y me constituí en un alumno ejemplar. En poco tiempo participé con los mejores modistos en grandes colecciones que le dieron vuelta al mundo. Doris regresó tres años después y me ofreció disculpas.
-Qué bien te ves -dijo, contemplando mi impecable traje gris con una corbata Pierre Cardin.
Actué como si nada pasara, y en verdad así me sentía. Reanudamos nuestra relación con nuevos ímpetus, ella aportaba los conocimientos que había adquirido con el sastre, y la moda se constituía en el epicentro de nuestras vidas. Pero la dicha nos duró poco. Doris conoció a un poeta, y si antes se había entusiasmado, con este conoció la locura.
-Si lo escucharas me entenderías --dijo--.
Hay algo en sus palabras que no puedo resistir, yo sé que no es justo pero la vida es una sola y esta oportunidad quizá nunca se repita.
Sentí pasos de animal grande pero no me amedrenté. Asistí al taller literario de la universidad y me esforcé por comprender la estructura de la metáfora, la música siempre precisa del soneto, los poemas eneasílabos, pero para mi desconsuelo, no podía construir ni un verso. Ya estaba a punto de darme por vencido cuando encontré una solución: si no podía escribir versos al menos podía leerlos, degustarlos. Hice un largo recorrido desde Quevedo hasta Roque Dalton y logré tener una opinión respetable en el reducido círculo de intelectuales.
Doris volvió ocho meses después vuelta una piltrafa. El poeta la había vuelto adicta al vino y era tanta su afición por el sexo que, ayudada por una alimentación deficiente, su hermoso cuerpo había perdido sus encantos.
Fue dura la tarea de recuperarla pero nos ayudó mucho la poesía aleccionadora de Walt Whitman. Ahora no sólo hablábamos de surfing, de moda, sino que podíamos expresamos mejor. Al fin, después de muchos sobresaltos parecía que la vida entraba en un remanso, pero, ay de mí, reapareció el poeta hablando de tríos y exploraciones del cuerpo que me negué rotundamente a aceptar. Por primera vez hablé con firmeza:
-Usted ya tuvo su oportunidad -dije-, si no la aprovechó no es culpa mía. Le pido por favor que se retire.
Doris me miró con un amor infinito, como si ese simple ejercicio de autoridad significara más amor que todas mis renuncias.
Dos años más tarde, cuando creí que su naturaleza aventurera era apenas un recuerdo, apareció un ingeniero alemán en una Harley Davidson. Llevaba una balaca multicolor y un chaleco de cuero adornado con remaches.
-Yo sé que la decisión que he tomado te dolerá más que nunca pero, entiéndeme, quiero vivirlo.
Doris y Helmut se dedicaron a recorrer el mundo. Yo traté pero nunca me otorgaron la visa. Me dediqué a ver videos de la National Geographic, visité las embajadas en busca de material fotográfico y libros sobre las culturas más remotas del universo. Al final podía hablar con propiedad sobre cualquier región, dar datos estadísticos de su población y preparar sus alimentos.
Años más tarde, cuando Doris regresó, estaba un poco más gorda, se había cortado el cabello y se veía un poco descuidada.
-Vengo a quedarme -dijo parada frente a mí.
-¿Quién es? -preguntó desde el fondo de la casa Olga, mi nueva compañera.
-Una vendedora de estímulos -dije. Doris me abrazó dulcemente. Tomó su maleta y se fue cabizbaja. Había avanzado unos pasos cuando se detuvo.
-¿Todavía vive el poeta en el mismo sitio?
---
La primera vez que Doris me abandonó fue por un surfista venezolano que olía a aceite de coco. Desde que lo vio quedó prendada de su color dorado y su acento costeño. Hablaba de sus faenas sobre las enormes olas y del peligro que representaba la siempre incierta presencia de los tiburones. Una semana después de conocerlo, me dijo:
-No puedo más con esto que siento, quiero estar con él.
Fue un golpe duro para mí, pero si su abandono obedecía a mi ignorancia sobre los deportes náuticos todavía tenía tiempo de enmendar. Tomé cursos de buceo y de surfing y llegué a destacarme en los escasos torneos que se realizaban en el país. Cuando Doris satisfizo su curiosidad volvió a mí y me encontró más atractivo: había mejorado mi condición física. No hubo reproches, volvimos a ser pareja. Un año más tarde apareció un sastre que la dejó sin aliento.
-Qué hermoso es -decía-, si lo vieras cómo traza los trajes sobre su enorme mesa de madera y ese aroma a paño lenci que me recuerda a mi padre. Lo siento pero no puedo perder esta oportunidad, tengo que vivirlo.
Lo lamenté mucho pero no me dejé abatir, si el asunto era la alta costura, en mí tendría su mejor exponente. Me matriculé en la academia de diseño y patronaje y me constituí en un alumno ejemplar. En poco tiempo participé con los mejores modistos en grandes colecciones que le dieron vuelta al mundo. Doris regresó tres años después y me ofreció disculpas.
-Qué bien te ves -dijo, contemplando mi impecable traje gris con una corbata Pierre Cardin.
Actué como si nada pasara, y en verdad así me sentía. Reanudamos nuestra relación con nuevos ímpetus, ella aportaba los conocimientos que había adquirido con el sastre, y la moda se constituía en el epicentro de nuestras vidas. Pero la dicha nos duró poco. Doris conoció a un poeta, y si antes se había entusiasmado, con este conoció la locura.
-Si lo escucharas me entenderías --dijo--.
Hay algo en sus palabras que no puedo resistir, yo sé que no es justo pero la vida es una sola y esta oportunidad quizá nunca se repita.
Sentí pasos de animal grande pero no me amedrenté. Asistí al taller literario de la universidad y me esforcé por comprender la estructura de la metáfora, la música siempre precisa del soneto, los poemas eneasílabos, pero para mi desconsuelo, no podía construir ni un verso. Ya estaba a punto de darme por vencido cuando encontré una solución: si no podía escribir versos al menos podía leerlos, degustarlos. Hice un largo recorrido desde Quevedo hasta Roque Dalton y logré tener una opinión respetable en el reducido círculo de intelectuales.
Doris volvió ocho meses después vuelta una piltrafa. El poeta la había vuelto adicta al vino y era tanta su afición por el sexo que, ayudada por una alimentación deficiente, su hermoso cuerpo había perdido sus encantos.
Fue dura la tarea de recuperarla pero nos ayudó mucho la poesía aleccionadora de Walt Whitman. Ahora no sólo hablábamos de surfing, de moda, sino que podíamos expresamos mejor. Al fin, después de muchos sobresaltos parecía que la vida entraba en un remanso, pero, ay de mí, reapareció el poeta hablando de tríos y exploraciones del cuerpo que me negué rotundamente a aceptar. Por primera vez hablé con firmeza:
-Usted ya tuvo su oportunidad -dije-, si no la aprovechó no es culpa mía. Le pido por favor que se retire.
Doris me miró con un amor infinito, como si ese simple ejercicio de autoridad significara más amor que todas mis renuncias.
Dos años más tarde, cuando creí que su naturaleza aventurera era apenas un recuerdo, apareció un ingeniero alemán en una Harley Davidson. Llevaba una balaca multicolor y un chaleco de cuero adornado con remaches.
-Yo sé que la decisión que he tomado te dolerá más que nunca pero, entiéndeme, quiero vivirlo.
Doris y Helmut se dedicaron a recorrer el mundo. Yo traté pero nunca me otorgaron la visa. Me dediqué a ver videos de la National Geographic, visité las embajadas en busca de material fotográfico y libros sobre las culturas más remotas del universo. Al final podía hablar con propiedad sobre cualquier región, dar datos estadísticos de su población y preparar sus alimentos.
Años más tarde, cuando Doris regresó, estaba un poco más gorda, se había cortado el cabello y se veía un poco descuidada.
-Vengo a quedarme -dijo parada frente a mí.
-¿Quién es? -preguntó desde el fondo de la casa Olga, mi nueva compañera.
-Una vendedora de estímulos -dije. Doris me abrazó dulcemente. Tomó su maleta y se fue cabizbaja. Había avanzado unos pasos cuando se detuvo.
-¿Todavía vive el poeta en el mismo sitio?
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LECCIONES BÍBLICAS
Siempre quise hacer el amor con una mujer evangélica. Me seducía esa sobredosis de pudor, esa manera dulce de hacer saber que son mujeres de Dios. Por eso, cuando Yolanda tocó a mi puerta un domingo de agosto, sentí un revoloteo en el estómago.
-Buenos días -dijo sosteniendo un paquete de libros sobre el regazo.
-Buenos días -contesté.
-Quisiera compartirle la palabra del Señor.
La invité a seguir y me mostré atento a la lectura de Juan, Lucas y Mateo. Opiné que siempre había sentido la necesidad de pertenecer a una congregación y que aunque algunas veces lo había intentado, nunca como hoy había sentido tan claras las palabras del evangelio.
-Me gustaría que volviera.
-No se preocupe -dijo mirándome como a una oveja que se acerca al rebaño-, lo estaré visitando.
Todos los domingos, en la mañana, llegaba Yolanda a compartir la Biblia conmigo mientras yo adivinaba su cuerpo bajo el largo traje gris que contrastaba con su negra cabellera recogida en una moña que la hacía ver de más edad.
-¿Y qué hace además de predicar?
-Doy clases de piano y atiendo a mi esposo.
-¿Él también es evangélico?
-Sí, claro, somos de la misma congregación.
-Debe ser muy feliz con una mujer tan linda y tan devota como usted.
-Gracias -dijo y sus mejillas se tiñeron de rosa.
El domingo siguiente tomé la iniciativa y le hablé de Ruth, la labradora, ese bello libro del antiguo testamento que había leído en mi juventud. Ella, entusiasmada, me habló de la fidelidad, la abnegación y el servicio. Antes de despedirse la abracé fuerte y le agradecí por compartir su sabiduría conmigo.
-Con usted me siento más cerca del cielo -dije, mientras le entregaba un obsequio.
-¿Y cuál es el motivo?
-Gratitud -dije-, pero ábralo.
Soltó las cintas del regalo y contempló la tapa de un libro de partituras para piano. Me miró como si por un segundo se hubiera ocultado de la mirada de Dios y me besó en la mejilla.
-Gracias, Martín, no sabe lo feliz que me hace.
Mis estudios bíblicos se fueron incrementando al igual que mi deseo por ella, pero tenía que ser prudente. Algunas mujeres de otros credos bailan, beben, se emborrachan y pecan sin el más mínimo remordimiento, en cambio las evangélicas temen la ira de Dios. Sin embargo, siempre creí que detrás de todo evangelista hay un ser proclive al pecado y Yolanda no era la excepción. Tardé seis meses en tentarla.
Después de orar, en el momento de la despedida, la abracé como de costumbre y la besé en la boca. Hubo una pequeña resistencia que cedió cuando vertí mis palabras en su oído:
-No se ha dado cuenta, Yolanda, que la quiero.
-Yo también lo quiero -dijo-, pero no puede ser ...
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! -exclamaba mientras su cuerpo se abandonaba a mis caricias.
La despojé del traje gris y embriagado ante tanta belleza, la amé con lujuria.
Oramos postrados, antes de despedimos, en medio de un océano de culpa.
-Qué Dios me perdone -dijo--, pero si Él nos ha puesto en este camino es porque quiere damos alguna lección.
Hicimos el amor durante cinco meses esperando la lección que nos daría el Señor pero nada ocurrió, sólo una sed progresiva del uno por el otro que apaciguábamos orando, hasta que un día Yolanda decidió ponerle fin.
-No está bien que falte a mis principios -dijo-, tengo un esposo al que debo respeto y eso no se consigue con oraciones.
-Si el Señor ha decidido que estemos juntos, que sea Él quien nos separe -dije tratando de conservar esa magnífica mujer.
-Está bien -dijo-, esperemos la señal. El domingo, cuando tocaron a la puerta, abrí de prisa y me topé con un hombre de mediana estatura, pulcramente ataviado y con anteojos redondos.
-¿Martín?
-Sí, soy yo.
-Yolanda me contó lo que pasó entre ustedes.
-¿Y usted quién es?
-Soy su esposo -dijo con tranquilidad- Yo la he perdonado y ahora le toca a usted ayudamos. No la busque.
-Yo nunca la he buscado.
-Lo sé, pero podría hacerlo un día. Le agradezco de antemano su colaboración.
Me dio la mano y se despidió.
Me quedé mirando a aquel hombre que avanzaba calle arriba, con esa tranquilidad que sólo otorga la fe y pensé que tenía razón, que a esa mujer valía la pena perdonarla.
Abandoné mis estudios bíblicos y volví a mi cómodo catolicismo. Cuando creí que era justo
me casé con Zulma, una joven de provincia que amaba la misa de seis. Si bien su devoción no competía con la de Yolanda, auguraba una vida recta. No fue así. Al cabo de un tiempo supe de
sus andanzas con el carnicero del barrio. Cuando la confronté me confesó su falta. Recordé al esposo de Yolanda tan seguro de sí mismo, tan sabio para entender los problemas de la voluntad; quise comportarme de igual manera pero algo dentro de mí me hizo descargarle una bofetada en el rostro.
-Los hombres se respetan –dije, y volví a golpearla con rabia.
Zulma se incorporó lentamente.
-Perdóneme, yo no quería hacerlo ... le juro que no quería hacerlo ...
Salí de la casa cuando tañían las campanas convidando a la misa de seis de la tarde. Avancé en medio de los autos y los peatones y me detuve a comprar cigarrillos. La joven que me atendió tenía los ojos almendrados y unas profundas ojeras que los hacían enigmáticos.
-¿Es usted árabe?
-No -respondió con una sonrisa- ¿Por qué?
-Quería saber cómo son las musulmanas.
Siempre quise hacer el amor con una mujer evangélica. Me seducía esa sobredosis de pudor, esa manera dulce de hacer saber que son mujeres de Dios. Por eso, cuando Yolanda tocó a mi puerta un domingo de agosto, sentí un revoloteo en el estómago.
-Buenos días -dijo sosteniendo un paquete de libros sobre el regazo.
-Buenos días -contesté.
-Quisiera compartirle la palabra del Señor.
La invité a seguir y me mostré atento a la lectura de Juan, Lucas y Mateo. Opiné que siempre había sentido la necesidad de pertenecer a una congregación y que aunque algunas veces lo había intentado, nunca como hoy había sentido tan claras las palabras del evangelio.
-Me gustaría que volviera.
-No se preocupe -dijo mirándome como a una oveja que se acerca al rebaño-, lo estaré visitando.
Todos los domingos, en la mañana, llegaba Yolanda a compartir la Biblia conmigo mientras yo adivinaba su cuerpo bajo el largo traje gris que contrastaba con su negra cabellera recogida en una moña que la hacía ver de más edad.
-¿Y qué hace además de predicar?
-Doy clases de piano y atiendo a mi esposo.
-¿Él también es evangélico?
-Sí, claro, somos de la misma congregación.
-Debe ser muy feliz con una mujer tan linda y tan devota como usted.
-Gracias -dijo y sus mejillas se tiñeron de rosa.
El domingo siguiente tomé la iniciativa y le hablé de Ruth, la labradora, ese bello libro del antiguo testamento que había leído en mi juventud. Ella, entusiasmada, me habló de la fidelidad, la abnegación y el servicio. Antes de despedirse la abracé fuerte y le agradecí por compartir su sabiduría conmigo.
-Con usted me siento más cerca del cielo -dije, mientras le entregaba un obsequio.
-¿Y cuál es el motivo?
-Gratitud -dije-, pero ábralo.
Soltó las cintas del regalo y contempló la tapa de un libro de partituras para piano. Me miró como si por un segundo se hubiera ocultado de la mirada de Dios y me besó en la mejilla.
-Gracias, Martín, no sabe lo feliz que me hace.
Mis estudios bíblicos se fueron incrementando al igual que mi deseo por ella, pero tenía que ser prudente. Algunas mujeres de otros credos bailan, beben, se emborrachan y pecan sin el más mínimo remordimiento, en cambio las evangélicas temen la ira de Dios. Sin embargo, siempre creí que detrás de todo evangelista hay un ser proclive al pecado y Yolanda no era la excepción. Tardé seis meses en tentarla.
Después de orar, en el momento de la despedida, la abracé como de costumbre y la besé en la boca. Hubo una pequeña resistencia que cedió cuando vertí mis palabras en su oído:
-No se ha dado cuenta, Yolanda, que la quiero.
-Yo también lo quiero -dijo-, pero no puede ser ...
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! -exclamaba mientras su cuerpo se abandonaba a mis caricias.
La despojé del traje gris y embriagado ante tanta belleza, la amé con lujuria.
Oramos postrados, antes de despedimos, en medio de un océano de culpa.
-Qué Dios me perdone -dijo--, pero si Él nos ha puesto en este camino es porque quiere damos alguna lección.
Hicimos el amor durante cinco meses esperando la lección que nos daría el Señor pero nada ocurrió, sólo una sed progresiva del uno por el otro que apaciguábamos orando, hasta que un día Yolanda decidió ponerle fin.
-No está bien que falte a mis principios -dijo-, tengo un esposo al que debo respeto y eso no se consigue con oraciones.
-Si el Señor ha decidido que estemos juntos, que sea Él quien nos separe -dije tratando de conservar esa magnífica mujer.
-Está bien -dijo-, esperemos la señal. El domingo, cuando tocaron a la puerta, abrí de prisa y me topé con un hombre de mediana estatura, pulcramente ataviado y con anteojos redondos.
-¿Martín?
-Sí, soy yo.
-Yolanda me contó lo que pasó entre ustedes.
-¿Y usted quién es?
-Soy su esposo -dijo con tranquilidad- Yo la he perdonado y ahora le toca a usted ayudamos. No la busque.
-Yo nunca la he buscado.
-Lo sé, pero podría hacerlo un día. Le agradezco de antemano su colaboración.
Me dio la mano y se despidió.
Me quedé mirando a aquel hombre que avanzaba calle arriba, con esa tranquilidad que sólo otorga la fe y pensé que tenía razón, que a esa mujer valía la pena perdonarla.
Abandoné mis estudios bíblicos y volví a mi cómodo catolicismo. Cuando creí que era justo
me casé con Zulma, una joven de provincia que amaba la misa de seis. Si bien su devoción no competía con la de Yolanda, auguraba una vida recta. No fue así. Al cabo de un tiempo supe de
sus andanzas con el carnicero del barrio. Cuando la confronté me confesó su falta. Recordé al esposo de Yolanda tan seguro de sí mismo, tan sabio para entender los problemas de la voluntad; quise comportarme de igual manera pero algo dentro de mí me hizo descargarle una bofetada en el rostro.
-Los hombres se respetan –dije, y volví a golpearla con rabia.
Zulma se incorporó lentamente.
-Perdóneme, yo no quería hacerlo ... le juro que no quería hacerlo ...
Salí de la casa cuando tañían las campanas convidando a la misa de seis de la tarde. Avancé en medio de los autos y los peatones y me detuve a comprar cigarrillos. La joven que me atendió tenía los ojos almendrados y unas profundas ojeras que los hacían enigmáticos.
-¿Es usted árabe?
-No -respondió con una sonrisa- ¿Por qué?
-Quería saber cómo son las musulmanas.
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8.- Complementaciones:
8.1.- Foto en EL PAIS de Cali. Mayo 30, 2.006
Ver: http://elpais-cali.terra.com.co/historico/may302006/SOC/soc7.html FOTO
Presentación de libros de poesía
Varios libros de poesía fueron presentados en un acto social que tuvo lugar en el Centro Cultural Comfandi. En la presentación estuvieron Horacio Benavides, Edgardo Cortés, Amparo Romero, Aura Cortés y Orlando López. Olga Lucero Cadena El País
Ver: http://elpais-cali.terra.com.co/historico/may302006/SOC/soc7.html FOTO
Presentación de libros de poesía
Varios libros de poesía fueron presentados en un acto social que tuvo lugar en el Centro Cultural Comfandi. En la presentación estuvieron Horacio Benavides, Edgardo Cortés, Amparo Romero, Aura Cortés y Orlando López. Olga Lucero Cadena El País
** 8.2.- Algo más sobre Harold Kremer
http://www.delagracia.de/certa_1.htm Un cuento y reseña opus-biográfica
1 comentario:
Cordial saludo; solicito info. Para adquirir la obra cuentos al óleo y no lo encuentro en kas librerías de Cali. Dónde puedo pedirlo? Gracias por su atención. Viviana Muñoz.
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