miércoles, septiembre 19, 2012

Montaña sumergida. Víctor Rivera. Libro de poemas. Presentación. Septiembre 20, 2012. Fundación de Poetas Vallecaucanos.

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Cali, Colombia

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SEPTIEMBRE  23, 2012.

AL FINAL de esta página:  DESARROLLO DEL EVENTO:

* FOTOGRAFÍAS. ÁLBUM (Suministradas por la Fundación)
** PALABRAS DE PRESENTACIÓN DEL  POETA VÍCTOR RIVERA 
ANTE  LA FUNDACIÓN DE POETAS VALLECAUCANOS.      
Por Armando Barona Mesa
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Montaña sumergida 
Víctor Rivera 
Libro de poemas

Presentación. 
Septiembre 20,  2012 
Fundación de Poetas Vallecaucanos

Presentará: Armando Barona Mesa
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Registro e invitación en:
NTC ... Agenda 185
http://ntc-agenda.blogspot.com/2012_09_17_archive.html
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*** 20 de Septiembre, 2012, Cali, 6:00 PM

--- "La montaña sumergida". Víctor Rivera. Presentación del libro de poemas. Presentará: Armando Barona Mesa. Invita:  FUNDACIÓN DE POETAS VALLECAUCANOS ( 1 ) con el apoyo del Centro Cultural Comfandi Lugar: Centro Cultural Comfandi, calle 8 No. 6-23,  piso 3.  Copa de vino. (Parqueadero).  Click derecho sobre la imagen para ampliarla en una nueva ventana.
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Información proporcionada por la FUNDACIÓN DE POETAS VALLECAUCANOS ( 1 ) 
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Carlos Illera Benavides (1957-1999) 
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DESARROLLO DEL EVENTO
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FOTOGRAFÍAS. ÁLBUM
(Suministradas por la Fundación) 

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PALABRAS DE PRESENTACIÓN DEL
 POETA VÍCTOR RIVERA 
ANTE 
LA FUNDACIÓN DE POETAS VALLECAUCANOS.      
Armando Barona Mesa
Septiembre 20, 2012

Octavio Paz, hablando de su generación y del inicio de su poesía, expresó: “El comienzo: acción clandestina, casi invisible y que  muy pocos tomaron en cuenta.” Tenía razón, la poesía comienza siendo clandestina, casi como uno de esos vicios solitarios que en cierta forma avergüenzan a su autor. Pero escarbando un poco en sus motivos sicológicos, no hay duda que es una necesidad que traspasa los linderos púdicos de la intimidad y de la interioridad del espíritu, para proyectar la expresión de un grito, de una alegría desbordada, del silencio, del comprensible anonadamiento del hombre ante su destino trágico. Y del amor, como la quintaesencia de su salvación y obviamente de la belleza de la vida.
  William Ospina apunta que el primer gran invento del hombre fue el idioma. Sí, esa expresión de sonidos articulados, símbolos convencionales de las ideas con las cuales el hombre iba bautizando cada cosa que veía y que necesitaba. Pues bien, cuando pudo hablar y entenderse, comprendió que había una forma superior que se iba trasluciendo en momentos excepcionales y que le permitía salir de su insignificante reducto para lanzarse, como un dios, a las alturas y volar con fantasía sobre el lomo de las palabras. Desde entonces, bajo la luz tenue de las llamas que daban calor y luz en la noche cavernaria, el hombre hizo poesía y la continuó haciendo, con luz o sin luz, en los contornos siderales de su angustia.
Hay algo más: al lado de la danza y de la música que simultáneamente inventó, en la mesa embrujada de Dionisos, logró llegar a todas las perfecciones del delirio poético, cosa que sucedió igualmente en las bellas artes, sin que una fuerza interna le permitiera quedarse con lo conquistado, sino que, a partir de cada perfección, tuvo que volver a comenzar el camino, creando nuevas formas seguramente no tan bellas como las anteriores, porque un destino superior lo lleva a nunca estar satisfecho con nada que salga de sus propias manos y de su pensamiento. Es el destino simbólico y significativo de Sísifo, el mortal que pudo vencer dos veces a la muerte.
Así, pues, que ninguno de los que se sienten decepcionados por la nueva poesía piense que vivimos la más estruendosa decadencia. No, siempre ha sido y será igual porque siempre tendremos que volver a levantar la pesada roca sobre la cuesta, en busca de nuevas propuestas, de conformaciones más sutiles, quizás menos adornadas con el artificio y más enderezadas a la comprensión que aporte el que lee y trata de entender el drama individual del poeta, confundiéndose con él como si fuera él mismo.
Por si hiciera falta, debo ser más preciso. No hubo tiempo en el que nuevas voces no propusieran modificaciones y cambios radicales en la concepción poética y plástica. Eran siempre los nuevos. Y contra ellos habrían de levantarse las voces aturdidas de los que creyeron que aquello era la decadencia. Una de esas voces fue la de Góngora contra Lope y lo fue la de Lope contra Góngora. También fue la de Lorca y la de Whitman y lo fue la de Rimbeaud y la de Silva.  Qué tal estos versos de Neruda hacia los años 40: “Suelto por el descenso sobrepaso el olor de mi cuerpo/ luciente y cargado de luces artificiales / y permanencias / Recuerdo el traje de los ríos/ el animal de la mirada de aldea…”  Allí está el rompimiento con la rima y la métrica, características eternas de la poesía, que fueron dejando su existencia -en veces arbitraria- a la liberación de la palabra en busca de modernas consonancias intelectuales. Contra el verso parnasiano de Valencia “Sacrificar un mundo, para pulir un verso.”, responde bajo un fondo de polvo de estrellas Germán Pardo García: “Cuántas veces he sacrificado la perfección de un verso, para crear la magnitud de un mundo.”.
La poesía sigue siendo inefable. No hay palabras ni filosofía que la puedan definir. Ni fórmula física. Solo podemos decir qué es y qué no es. Por ejemplo, poesía es el grito necesario donde reina el silencio conformista. “Que no han muerto, están en medio de la guerrade pies como mechas ardiendo.” (Neruda, Canto a las madres de los milicianos españoles muertos),   y es el silencio donde reina el grito insidioso del desorden y la ramplonería. El argentino José Pedroni dice bellamente: “Mujer, con un silencio que me sabrá a ternura, durante nueve lunas crecerá tu cintura.”   Poesía es el mar murmurando una queja, o es la quejumbre de una ballena varada en una playa. En fin, es el fuego de la tarde entre los recovecos de un alma incendiada. De allí que cada cual siente su poesía de acuerdo a su entorno, a su paisaje vital, a su dolor incomprendido o a la efervescencia transeúnte de su alegría, y la expresa con virtuosismo.
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Todas estas cosas se me vienen al discurso para presentar a un joven poeta y músico -que buena compañía se hacen-,  quien viene de Popayán y se llama Víctor     Rivera. Él, en esa especie de vida monástica que es la que se vive en aquella ciudad nostálgica de gentes del pasado, en la que uno se traslada a pie de un sitio a otro y se oye de vez en cuando el rugido poderoso del volcán y los rayos estrepitosos de Zeus, cuando deja el violín da rienda suelta a su corazón cabalgando como un potro sobre la tundra de esmeralda. Allí Víctor, como así lo expresa en Una voz, se siente “Una voz clara de pocas palabras,/ un pájaro rasante desvanecido de agua./ Así el fruto que se derrumba por las parcas / y cae en la precisión negra de la tierra.” He allí una pincelada de su asimilación de la vida derrumbada por las Parcas, o por la Moira, para ser más exacto, y su sola voz de pocas palabras que cae como un cuerpo sobre la tierra. En tan breves vocablos  expresa todo el drama humano que acongoja y sume en la soledad del condenado sin remedio. Del que abrumado por la muerte que presiente y lo agobia, ignora cuándo habrá de asestar su golpe inapelable. Esa es una poesía limpia, descarnada, que se apoya en sí misma para expresar su desconcierto.
Pero después de ese grito pasivo existencial, el poeta recobra el aliento y escruta la vida con ansiedad en La fuente y  la llama:  “Detrás del hallazgo un hallazgo, / un prisma sin término,/ uno que baste para sí mismo y de su visión/ sobre dejar las cosas a cierta distancia,/ para mirarlas con el entrecejo dorado, / hasta que pierdan su naturaleza de cosas…”  Es el hallazgo y los hallazgos ante sus ojos sorprendidos, y el asimilarlos aun a cierta distancia, para verlos más allá de la forma como todos los ven. El entrecejo dorado, que es como decir que hay una luz dorada en la mirada que difumina la realidad y la acomoda a su sueño.
El poeta llega con la belleza insinuada de su poesía y se desliza en soledad para  descubrir la música de la noche, y en el ensueño presiente: “Con la música de la noche/ se tejió una voz hasta la habitación de Psique / hundiéndose en el sueño de la muerte un barco / con ritmo de cuerdas y maderas. / Como los dedos rojos del crepúsculo en el agua,/ cavó el océano con instrumento luminoso,/ hasta llegar al rostro de Eva sumergida. / Navegación invisible/ que hunde su brazo por venas lavadas,/ campo de raíces y parteras desnudas./ Donde suenan los presentimientos en el oído del pecho,/ cerca al corazón de la blanca arcilla,/ arpa de las costillas del templo.”  Es una forma idealizada de mirar su cuerpo desnudo en las sombras balbucientes y añorar el cuerpo de Eva y de Psique, es decir de todas las mujeres, como un campo de raíces del que nacen sus anhelos más puros, la fuga entre las sábanas y esos delirios de blanca arcilla.
Hay en Víctor Rivera un poeta que puede abandonar su escondite y clandestinidad de que hablara  el Nobel mejicano, porque ha hecho el recorrido sin término de la poesía; y de su voz están saliendo, como de una fuente encantada, poemas de profunda reflexión y sonoridades, como son estos de La montaña sumergida, que esta noche estamos lanzando a los cuatro vientos como parte integrante y viviente de esa nueva poesía que transita por la senda que trazara Sísifo y que no desaparecerá ni aun en los escombros de la vida.

Cali, 20 de septiembre de 2012.
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